En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a
cualquier institución de salud mental o centro de rehabilitación al que tengas
acceso. Estando en la recepción, pide sin vacilar reunirte con aquel que se
hace llamar «El Portador de la Inocencia». El empleado no dirá nada, pero una
lágrima caerá de su ojo.
Pasará a guiarte por un pasillo olvidado en
un ala abandonada del subterráneo de la institución. No entrará al pasillo contigo, pero te mirará a los ojos con un deje de esperanza, su expresión en sí
parecerá orar por tu salvación. Si entras al pasillo no verás mucho, salvo
suciedad, fragmentos rotos de lo que una vez fueron estatuas talladas hermosas.
Después de un rato, oirás un gimoteo suave del otro lado.
Al girar la cerradura sencilla de la puerta
de madera situada en el extremo opuesto, una luz cálida y acogedora caerá en tu
rostro. Te encontrarás en un dormitorio con una niña de ocho años y medio. La
chica va a estar sentada con las piernas cruzadas en el suelo a los pies de la
cama, su única prenda será un vestido de noche abierto, dejando al descubierto
la totalidad de su cuerpo puro. Ella es la fuente de los tortuosos gimoteos, y
nada de lo que puedas decir consolará su torrente de lamentos sofocados.
Solo callará si le preguntas: «¿Qué pasó
cuando se creó por primera vez?», para luego subir su mirada hacia tu rostro.
Su belleza te dejará sin aliento, y si aún eres capaz de aunar algún
pensamiento, solo será el darte cuenta de que en ella puede ver todo lo que
amas en este mundo. De pronto,